Relato de una mujer tras 3 años de FIV.
«Nunca creí que este proceso sería tan largo,
nunca pensé que mi cuerpo tanto se resentiría.
Nadie me contó (ni siquiera los profesionales que
me atenderían) que el proceso podía tornarse demasiado duro.
No me imaginé la soledad, en su mayor grado de intensidad.
Pensaba en mi pareja, como mi gran punto de apoyo, nos veía como iguales. Pero no lo somos.
No puede ser igual un cuerpo que siente y duele, que uno que solo siente.
No me había planteado que quizás el acompañamiento psicológico habría sido un enorme punto de apoyo desde el principio.
Poder trabajar mis miedos, expectativas, límites y bloqueos, antes de verme atrapada en la vorágine de la angustia, la prisa y la impaciencia.
En mi mente era impensable pensar en alejarme de mis amigos, de mi familia.
Sentir malestar al ver a otras mujeres embarazadas, o con hijos.
Nadie me habló de un final de esta historia, sin bebé.
Solo se planteaba un escenario: «te vas a quedar embarazada, todas lo hacen».
Ahora, que 3 años después esa premisa no se ha cumplido, entro en bucle, repitiendo esa frase en mi mente, una y otra vez.
Y eso me lleva a sacar mi arma de autodestrucción…
«No eres mujer» «No sabes hacerlo» «No has sido capaz» «Tu cuerpo no funciona»
Y ahí me pierdo y me derrumbo.
Y me pregunto «Si no puedo ser madre, ¿entonces que soy?»
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Los procesos de reproducción asistida son duros y en muchos casos, largos. Son muchas las situaciones que, quienes no pasamos por esto no imaginaríamos que estas mujeres pueden vivir.
El duelo de la no maternidad es doloroso.
Aceptar que durante nuestra vida no podremos tener lo que más deseamos es especialmente complicado, pero aún lo es más cuando el implicado es nuestro cuerpo. Un cuerpo que se presupone capaz de gestar y parir, porque «para eso es para lo que mejor valemos las mujeres», en este mundo patriarcal.
Nunca subestimes lo que pueda estar sufriendo una mujer sometida a procesos de reproducción asistida, o una mujer que ya sabe que no podrá tener hijos.
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