De la maternidad y la tristeza prohibida

De la maternidad y la tristeza prohibida

Cuando me quedé embarazada no pensaba cómo sería estar triste.

Nadie me había contado que la maternidad y la tristeza, al igual que otras emociones, no podían ir de la mano. Pero yo ya conocía esa información.

«¿Triste una mujer que gesta, que amamanta, que cría? No tiene sentido», pensaba yo, sin ser consciente.

Y entonces, embarazada, la sentí, era ella, esa emoción que genera un vacío en el estómago, esa que resta energia, que te amarra a la cama, que te invita al aislamiento, a mirar hacia dentro, en el silencio.

Y entonces, durante el puerperio, la volví a sentir, más fuerte, más rápida y más lenta. Era ella, de nuevo.

Y de repente, pensando en mí lactancia, en la madrugada, apareció.

Meses después, cuando había superado un embarazo, un parto y un puerperio, cuando únicamente me centraba en criar a mi bebé, entonces me sorprendió, como un relámpago, venía y se iba, una y otra vez.

La tristeza siempre venía, sin avisar, de pronto, y siempre se iba. Y yo, perpleja, me preguntaba cómo era posible, siendo la mujer más afortunada del mundo, con el bebé más maravilloso del mundo, estar triste.

Y me silenciaba, me fustigaba con la culpa, esa otra emoción de la que poco me habían hablado.

«Disfruta de tu hijo», me decía, «tienes suerte de tenerle sano y feliz», «no puedes estar triste, desagradecida».

Un día, en medio del mas absoluto silencio, volvió, y hablé con ella. La escuché y pude reconocer que no era mi voz la que todas aquellas veces me increpaba por sentirme así, la que me chantajeada con la salud y el amor de mi hijo.

No, no era yo. Era la voz de la sociedad, una sociedad ajena a la ambivalencia de maternar, una sociedad que pretende despojarme de mi más profundo yo, mi yo emocional, mi yo que siente.

Y ese día todo cambió, y desde allí, la tristeza sigue apareciendo, a veces sin avisar, otras con invitación, pero yo siempre le permito entrar, la escucho y la sostengo, conversamos y encuentra el momento de marcharse, sin culpa, sin dolor, sin confusión.



Desde aquel día, la tristeza juega diferente conmigo, o yo con ella.
Desde aquel día, la tristeza no me duele.

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