
No puedo evitar hacerme esta pregunta cuando sigo descubriendo la triste realidad que se vive en paritorios y quirófanos.
Y es que, amarrados al discurso de que todo es por el bienestar del bebé, a diario se llevan a cabo protocolos que atentan directamente contra la salud del bebé.
El problema es que está salud es la mental, la emocional, la que no se ve. Y además pertenece a seres humanos sin capacidad comunicativa más allá del llanto. De ahí que aún no hayamos sido capaces de desmontar aquel discurso hipócrita y cómodo, que lo único que salva es el tiempo del sistema sanitario.
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La salud de los bebés importa, toda ella, física y emocional.
La forma de nacer importa, y son muchas las variables que impactan sobre ese recién nacido que de pronto se ve plantado en un mundo en el que se respira por la nariz y en el que se come por la boca, en el que la luz es cegadora y los sonidos fuertes y desconocidos.
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¿Cuánto nos cuesta facilitar entornos de parto favorables para ese bebé que se ve abocado a un medio completamente desconocido y escandaloso?
Los bebés son bebés, pero es que los bebés también sienten.
Y en un sistema que se refugia en «salvar a los bebés», yo me sigo preguntando…¿A quién le importan los bebés?